Aclamado artista chicano sigue enseñando serigrafía

Malaquias Montoya

Malaquias Montoya

Si usted conoce la gráfica que acompaña la historia del líder César Chávez, sin duda ha visto parte de la obra de Malaquías Montoya. Montoya es considerado uno de los artistas más importantes del movimiento cultural chicano y uno de los pioneros de la serigrafía social en el norte de California. A sus 77 años, Montoya es profesor emérito de la Universidad de California en Davis y sigue enseñando clases gratuitas de arte en el Taller Arte del Nuevo Amanecer, que fundó junto con su hijo Maceo. Fernando Torres lo visitó allí. Este reportaje es parte de la serie Raíces: Los Maestros. Historias sobre los que están pasando el arte a la siguiente generación.


En el Taller Arte del Nuevo Amanecer los estudiantes aprenden las técnicas artísticas de Malaquías Montoya. Rudy Lampkin tiene 18 años de edad. El maestro lo observa mientras termina una serigrafía a cuatro colores. Es una imagen de tres personas encadenadas:

“Cuatrocientos años después. Está tratando de decir algo de la justicia, sobre latinos y africanos en la prisión… Ahorita tengo naranja, café y crema, y luego es el negro y juntas todo…”, dice Lampkin.

Cuatrocientos años despuésAndrea Porras, directora del taller, dice que está abierto a toda la comunidad. El cariño y la admiración por el maestro Montoya inundan el lugar:

“Le encanta enseñar a la gente por su ejemplo, no de arriba pa’ bajo sino con ellos, al lado de ellos; y le da mucha inspiración a los jóvenes con su paciencia y con su dirección, que viene de su corazón, que viene de su sabiduría creciendo en esta sociedad, hijo de campesinos, hijo de gente que trabajaron con sus manos”, dice Porras.

Montoya es conocido por sus cuadros que resaltan a los trabajadores del campo y los inmigrantes como tema central. En su estudio, lleno de coloridos trabajos, el artista chicano se remonta a su infancia en los campos agrícolas. De padres analfabetos que emigraron de Nuevo México, el artista conoció la abrumadora pobreza y las raíces de lo que sería la pasión de toda su vida: el arte.

Malaquias Estudio#2“De chico, trabajamos allá en el Valle de San Joaquín”, dice Montoya. “Fui a la escuela cerca de Fresno, después de la escuela trabajábamos en los campos, en la uva, el algodón y todo. Entre más fui creciendo más comencé a fijarme de las injusticias porque los trabajadores sufrían mucho. En la escuela no nos prepararon a nosotros para nada. Ellos sabían que íbamos a regresar a los campos a trabajar”

De niño, Malaquías y su hermano mayor, el fallecido poeta José Montoya, observaban a su madre, una artista innata, sacar colores de distintas tierras; desteñir papeles para sacarles sus mejores colores, sacar yeso de piedras blancas y hacer estampas con llantas de automóviles.

“Mi mamá era una persona que nunca fue a la escuela pero tenía un talento para el arte. En la noche, ella ponía papel, era papel café que era para las uvas, para que se secara y se hiciera pasa. No teníamos radio, en ese tiempo no había televisión, ella nos hacía monitos ahí y nosotros copiábamos los dibujos que hacía”, recuerda Montoya.

IndocumentadoMontoya ingresó al servicio militar sólo para darse cuenta que no le gustaba la autoridad. A los 19 años, volvió a Fowler a trabajar en los campos. Como todo joven, buscaba alguien a quien admirar.

“Pues eran los trabajadores, era la gente que podía piscar doscientas, trescientas tablas de uvas cada día, trescientas libras de algodón. Entonces, para mí, esos eran mis héroes”

En una escuelita en el pueblo de Reedley, cerca de Fresno, comenzó a dibujar, y después consiguió un trabajo haciendo serigrafía. A comienzos de los sesenta, la lucha de los campesinos con César Chávez a la cabeza se agudizaba.

“Y eso todo, me comenzó a formar más mi pensamiento sobre lo que teníamos que hacer”, dice Montoya. “Para ese tiempo ya tenía muchas imágenes que yo no sabía qué iba a hacer con ellas. Imágenes de las injusticias, de la policía, cómo trataban al mexicano, a la persona de color”

Cuatrocientos años despuésLas figuras de Montoya son rostros de trabajadores del campo. Los gruesos trazos y los fuertes colores siempre se inclinan a la penumbra, como que hay algo inconcluso, algo por terminar. Hay mucha tristeza. Las inquietantes imágenes observan al observador, y el carbón cobra vida en las líneas desparramadas por el lienzo.

“El arte tiene que hablar, tiene que decir algo. Si no dice algo, entonces para mí es una pérdida de tiempo… Se tiene que usar todos los elementos de arte que hemos aprendido y se tiene que utilizar para poder decir algo que se entienda. Por eso en el arte chicano, vamos a decir el arte de la generación donde comencé yo, usamos la figura, la figura fue muy importante para nosotros porque teníamos que darle la voz a alguien”

Para la Edición Semanaria de Noticiero Latino, desde Elmira, California, Texto y Foto de Fernando Andrés Torres.

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